viernes, 4 de junio de 2010

Surcos y Nardos




Admiraba la bóveda celeste, cosmopolita
con heridas de fuego eterno.. y tanto más inmerso en
su vastedad que lo estremecía, más ínfimo se constituía su ser.
La noche se abría como un tríptico,
regada de centelleantes figuras póstumas, cuales guiños perpetuos
y en medio de planos yuxtapuestos, la tierra y el cielo que eran uno

desnudos de color y envueltos en fragancias
un cuadro manierista, bañado de brisas cálidas
se escindió raudamente,
y él, lábil, las vió nacer
pequeñas grietas en el firmamento, aquel que parecía tan sólido
corrían o trepaban, quien sabe
troquelando la inmensidad, la majestuosa inmensidad
pronto, suspendidos detrás, delante y sobre él,
una legión de continentes celestiales,

disgregados por estrechos surcos fosforescentes,
una obra maestra.
repentinamente, comenzó a despertarse un sonido
y él, sin saber de dónde provenía, intentaba escuchar
al principio, parecía un enjambre de ruidos dispares
pero, paulatinamente y con mucha naturalidad
se cohesionaron los agudos y los graves, en una perfecta armonía
que traía con ella, milagros cromáticos
y él, conmovido, las vio nacer
intensos trazos de vivos colores,

emergiendo de los surcos, cada vez más brillantes
primero vislumbró los tallos y luego los pétalos
cuanto más enfática y cristalina se oía la melodía,
tanto más se embelezaban los retoños, que en un principio sutiles
y luego deslumbrantes, se transmutarían en nardos neonatos.
para coronar tan empírea fantasía, y como huella definitiva
se manifestó invisible, rodeándolo y penetrándo en su ser,
el perfume más acendrado y etéreo que el jamás hubo percibido
y que, por cierto, jamás olvidaría.
tan poderoso, viajó hasta su mente y su memoria, de la cual
parecía tener la llave, y sin vacilar, abrió las puertas al pasado
incesantes cascadas de imágenes, voces, mañanas frías,

el sabor de las grosellas, episodios abrumadores o risas descollantes,
olor a lluvia y cedros, rizos cobre al viento, la moraleja de un cuento,
vergüenza, dolor de muelas, las escondidas en la plaza,
lágrimas sobre el cuaderno, primer beso, atardeceres desde el muelle,
secretos, charlas en la estación de tren,
la intensidad del chardonnay, septiembre..
un aglomerado de recuerdos latentes, ansiosos por revelarse
retratos del tiempo, dignos de ser y permanecer
parecía tan confuso y a la vez vivificante, el proceso de resucitar el ayer
como visitar lugares de antaño en un tourneé emocionante

y a la vez descabellado,
atravesando una película que él creía obsoleta,
con algunos capítulos de su vida que prefería amputar
y reviviendo sus miserias, lamentándo sus tristezas y pérdidas o bien
bebiéndose un cóctel de sus triunfos,
asistía al espectáculo que era su historia, los cimientos de su presente
y comprendió..
aquel firmamento oscuro y pleno, cual lienzo barroco
paradójimente atestado de luminiscencia,
simbolizaba su corazón, en un presente brillante y equilibrado
pero sólo era la perisferia,
una superficie endeble que contenía murallas y guerras, heridas y vetas
cúmulos de penas y enigmas orbitaban en torno al núcleo de su existencia
y bien hondo, el foco de su angustia primitiva
septiembre..
cuando su corazón se desgarró, como ese cielo prístino
al ser víctima y victimario de un mismo fin
veíase entre llamas de la mano de su madre que gritaba su nombre,
una y otra vez..
el terror apoderóse de sus músculos y sus fuerzas desvaneciéronse
humo, lágrimas, viento helado y ardor en la piel
encontróse sólo sobre el pasto quemado en una mañana de niebla y rocío
de espaldas a los vestigios muertos y ennegrecidos de lo que fue su hogar
y de quien fue su refugio.
comprendía también que todo el remordimiento

que rasgaba la piel de su corazón
era la culpa que sentía, la culpa que se adjudicó y, que ahora,
estaba reapareciendo.
Sólo le quedaba interpretar algo.
y en ese instante, el perfume se acentuó con claridad
irrumpiendo entre los pensamientos y cavilaciones
nada parecía ser más importante que su delicada pero gloriosa presencia
como un torbellino lo recorrió, hasta que le impregnó su naturaleza
humedecidos sus ojos y sus manos,

él sólo podía percibir atento y dispuesto
rendido y agotado..
en el momento en que se despojó de la atroz culpa

que guardaba en su interior
redimiendo su pasado y reescribiendo su presente
él, radiante, los vio nacer
brotes de gozo, una nueva primavera se irigía en su corazón.