lunes, 3 de octubre de 2011

[ Amanda ]




Amanda tiene nueve años, un cobayo y una familia desastrosa. Tiene zapatos viejos y un diario íntimo. Su pelo está enredado, hace tiempo que no lo lava. Hace tiempo también que no come. La última vez fue hace dos días y fue sólo un pan. Es niña, hermana, hija y madre. No, nunca dio a luz, pero cuida a sus hermanas menores. Son cuatro. Todas nenas. Todas con el mismo pelo desgreñado y las caras vacías. Huérfanas. De padres y sueños ausentes. De manos sucias y laceradas por la faena. No trabajan porque no se considera trabajo al hacer mandados y barrer veredas por encargo. Sobrevivientes. Cuerpos nómades y solitarios pero de espíritu aguerrido. Cuentan las monedas, sacro tesoro, que desenfundan de sus bolsillos, monedas que saciarán su hambre hoy... y quizás mañana. Entre mocos y estornudos pasan los días. Amanda es un envase de emociones; sufre, llora, ríe a carcajadas, calla amargamente, grita de ira, solloza en secreto, patea el piso, sonríe macabramente o se jala el cabello para descargar su dolor. Se le cayeron algunos dientes y le están creciendo los pechos prematuramente. Sueña con vestirse a la moda y tener un celular, pero sueña nomás. En realidad desea estudiar y “ser alguien”, un alguien reconocido, quizás como un doctor o un escritor, pero no al estilo de los personajes bizarros de la televisión o los políticos que tantas habladurías generan. Pero sin dudas, lo que más anhela es tener un techo sin goteras del tamaño de un puño y un colchón que no le haga doler sus débiles huesos. Es inteligente dentro de su ignorancia, o quizás lo mejor sea decir que es suspicaz; de otra forma no hubiera subsistido en su entorno crítico. Tiene piojos y penas. Ambos la estigman en sobremanera. Le gusta espantar palomas en las plazas y pisar las hojas secas que riega el otoño en las veredas. Le teme a la obscuridad profunda, a los mitos populares, como el cuco y el hombre de la bolsa y sobre todo le teme al destino, ese que no conoce, ese que le espera y no se imagina. Todos los días le pide a Dios un día más, no cree poder hacerlo sola. A veces tose sangre y otras tantas le cuesta respirar, pero ella vive, vive al máximo que su cuerpecito le permite. Siempre camina, camina mientras piensa, y mientras piensa canta. No tiene una voz prodigiosa, pero es fantástico oír su vocecita haciendo eco entre las desiertas calles.

martes, 27 de septiembre de 2011



No le temo a las punzantes agujas del tiempo, no me desangraré en el letargo ni me aturidiré con las campanas de las horas. Más arriba y más afuera del ahora, impera el infinito. No obstante, habré de llegar a él, cuanto más abajo y más adentro de la tierra se consuma mi finitud.

domingo, 25 de septiembre de 2011

Podemos fraguar mentiras, pero no podemos mentir.
Podemos urdir silencios, pero no podemos callar.
Y es entonces cuando nos sabemos incapaces,

aunque sólo sea de ver u oír,
porque algo tan primitivo como la percepción,

está completamente condicionado.

jueves, 21 de julio de 2011

Verte de Verde

Y - ¿Cómo la conociste?
E – En mi puesto de libros. Ella vino un día y preguntó “¿tenés Elogio de la locura de Rotterdam?” Yo la miré unos instantes y para no quedar como un idiota le dije “ahora me fijo”. Después de revolver todo el puesto, lo encontré debajo de una pila enorme de empolvados libros y se lo alcancé diciendo “tomá, ¿es ese no?”, “si, perfecto” me respondió y estiró un billete sin siquiera preguntar el precio. Yo tratando de recordar cuánto costaba y sacando rápidamente la cuenta del vuelto que debía darle, mientras ella hojeaba el libro. “Tu vuelto” le dije, desprendiendo su atención de las páginas. Ella lo tomó sonriente y me reveló “la mejor adquisición en semanas” a lo que pude soltar un mero “¿ah si?”, “sí, tenía ese objetivo pendiente, tanto por mi amor por la lectura como por la recomendación que me hicieron” comentó ella. Atontado balbuceé “que bueno haber sido intermediario para la concreción de ese objetivo” y logré que ella soltara una risita. Me dijo “gracias” y se fue despacito con el libro entre las manos. Yo quedé como abstraído de la realidad y con una sonrisa congelada.
Y - ¿Vos creés que eso que te pasó, lo que sentiste en ese momento, es lo que comúnmente llaman amor a primera vista? ¿O te parece que eso es puro cuento?
E – Mmm... por lo general soy escéptico con respecto a las creencias populares, sobre todo en referencia al amor, que ya de por sí me cuesta definirlo. No sé si eso del amor a primera vista es un mito o si es posible, pero sé que algo sucedió adentro mío en el momento en que la vi. Llámese admiración, sorpresa, encantamiento, atracción... quizás llamarlo amor es demasiado, porque lo que ronda en mi mente como concepto de amor, engloba demasiadas cosas que me resulta imposible sostener que sucedan en un segundo.
Y - ¿Y cómo fue que la volviste a cruzar en tu camino?
E – Un viernes en Starbucks, yo tenía que hacer tiempo para entrar a cursar una materia de la facultad y cuando me senté con mi café la vi al otro extremo del local, tan emancipada del mundo. Estaba sola también, leyendo otro libro que enseguida reconocí por su portada “Memorias del Subsuelo”.
Y - De Dostoievsky
E – El mismo. Tragué saliva y percibí que mi corazón se había acelerado, tanto por el hecho de volverla a ver, como por la oportunidad que me brindaba el encontrarla precisamente con ese libro que es uno de mis favoritos. Sentí el impulso de pararme y dirigirme a su encuentro inmediatamente, pero algo puso freno a mi acelerado deseo. Probablemente el verla tan tranquila e inmersa en la lectura y el considerar que mi presencia sería una indeseable interrupción. Entonces me quedé por una rato largo, no sé decir cuánto, observándola mientras sus ojos bailaban en línea horizontal por los dramáticos párrafos del libro. Me sentía como el que contempla absorto una obra de arte, una pintura por ejemplo, reparando en cada detalle, en cada pincelada. Del mismo modo yo advertía cada movimiento, cada gesto... el parpadeo paulatino, una leve tos, su pecho inflándose con la respiración, la transición de cada hoja, el acto repentino de rascarse la mejilla o la nariz... Estaba embelesado por su delicada persona. No reparé en mirar mi reloj en ningún momento y mucho menos puse atención en los apuntes para la clase.
Y - Entonces, ¿no hubo contacto ese día? ¿No te acercaste a hablarle?
E - Cuando pensé que todo concluiría con verla partir o con mi propia partida, ella levantó la vista súbitamente para tomar un trago de agua y entonces... me vió. Yo, como es natural de un cobarde, aparté mis ojos temiendo que ella se supiera observada. Pero no me resistí a la tentación de saber cómo reaccionaría ella al verme ahí. Cuando la volví a mirar, todavía tenía sus ojos puestos en mí y me hizo un ademán de saludo. Yo quedé pasmado, pero reviviendo el impulso primitivo de acercarme, tomé mis cosas y fui hasta ella, sorteando mesas y sillas. Pensé que se sentiría incómoda por mi acalorada decisión, pero traía fulgurante en su rostro una bella y gentil sonrisa. “¡Hola! Que grata sorpresa o casualidad” me dijo rompiendo el hielo, y yo repercutí el saludo agregando “La verdad que si. De todas las cafeterías de esta zona, nos vinimos a encontrar acá” (y me sentí un tarado). Ella dejó el libro en la mesa y yo aproveché para salvar mi comentario: “« ¿Acaso el hombre, en el curso de sus miles de años de vida en la Tierra, ha obrado siempre al dictado de su interés? (...) No están obligados a ello, pero parecen querer evitar la ruta que se les indica y trazarse libremente, caprichosamente, otra llena de dificultades, absurda, oscura, apenas visible. Ello prueba que esa libertad les seduce más que sus propios intereses... »” cité rememorando un fragmento del libro, a lo que ella añadió, con llamativo interés “« Mi voluntad; mi libre albedrío (...) éste es el precioso interés que no tiene espacio en ninguna de esas clasificaciones que componen ustedes y que rompe en mil pedazos todos los sistemas, todas las teorías. »”. Continuando con la cita, increíblemente textual, que ambos ofrecimos rematé: “« El hombre sólo aspira a tener una voluntad independiente, cualesquiera que sean el precio y los resultados. Pero el diablo sabe lo que cuesta esa
voluntad... »”.
Y - ¡Qué memoria la de ustedes los jóvenes!
E – Bueno yo ese libro lo leí, por lo menos tres veces y ciertos pasajes los releí muchas más por que resultaron confusamente interesantes. Y ella... creo que acababa de leer esas páginas. Aunque a mi también me dejó maravillado, tanto que hubo un silencio profundo de algunos largos segundos. Hasta que ella me dijo que le resultaba exquisito ese libro, o lo que había podido leer hasta el momento y me preguntó si yo también había ido para leer. A lo que contesté con extrema simpleza que en realidad estaba esperando para entrar a una clase. Justo en ese momento, puse los pies en la tierra y atiné a mirar la hora. Ya eran quince minutos tarde, así que le dije “Me tengo que ir” y ella endulzó el aire con sus palabras: “Gracias noble caballero por rendir homenaje a tan ilustre autor y por demostrarme que hay otras mentes por ahí, que comparten las mismas reliquias que uno”. Se río fuerte y agregó “No me hagas mucho caso, me pongo ñoña en circunstancias imprevistas”. Yo sólo pude devolverle la risa y la intención con una tímida respuesta: “Gracias a usted, noble dama, por regalarme el placer de divagar y reír en su presencia”. Reímos juntos y nos despedimos dándonos la mano.
Y – Impresionante diálogo... Y ahora me dejás con la curiosa pregunta de qué sucedió después (No me refiero a inmediatamente después, sino en el futuro cercano) ¿Continuaron los encuentros casuales?
E – En efecto. Se sucedieron una serie de encuentros repentinos, en el parque, en la biblioteca, de nuevo en mi puesto... aunque ese ya lo considero más deliberado...
Y – ¿Por qué?
E – Bueno, porque ella ya sabía que me iba a encontrar ahí y pienso que quiso ir especialmente para verme.
Y – ¿Ese fue el día clave?
E – Sí. Yo estaba ordenando los libros mientras sonaba un tema del flaco Spinetta. Concentrado en los títulos, en los autores, escuché una voz familiar... “Buenas tardes”. Me di vuelta de golpe y ahí estaba ella, infinitamente hermosa, con su flamante sonrisa a flor de piel. “Buenas tardes” le respondí y como una explosión del alma dije: “Que lindo verte de verde, combina con tus ojos”. Ella se sonrojó... en criollo, se puso colorada y dijo “Gracias”. Yo sé que piropeando soy un tronco así que yo también me puse colorado, ja ja, y como creí que ella lo notó enseguida dije “¿Venís buscando algún libro en particular?” a lo que ella respondió indagante “¿Algo de Tolstoi?" Revisé mi lista mental y tras fracasar, me puse a buscar directamente entre los libros. “La guerra y la paz, si andás con ganas de una buena novela” le aconsejé mientras le mostraba el libro. Ella lo agarró y mientras miraba la reseña me preguntó “¿Ya leíste algo de este autor?” y yo casi inmediatamente dije “No, pero sé que es una novela recomendada y el autor muy reconocido”. Ella asintió con la cabeza y después de manipular el libro un rato sacó del bolsillo de su jean un billete, pero antes de que pudiera dármelo le propuse “¿Qué tal si te cobro con un paseo?” y ella entrecerrando los ojos como quien desconfía me dijo “¿Me ofrecés una especie de trueque?” y yo con una tonta mueca de niño travieso le dije “Algo así” y luego agregué “Enseguida cierro ¿caminamos?”.
Y – Me dejás con la impresión de que algo importante iba a suceder. Ahora es cuando me lo confirmás (ja ja)...
E - Bueno, no es imprescindible contar los detalles, basta con mencionar lo atípico de esa tarde. Desde que, por empezar, ella aceptara mi invitación tan audaz, hasta el hecho de que hayamos pasado más de tres horas deambulando por la plaza y las calles internas del barrio. El tiempo, evidentemente, no era un factor relevante para ambos. Antes de que preguntes... hablamos, como era de esperar, acerca de lo que nos gustaba leer, de música, de nuestras carreras, pero también surgieron temas insólitos... insólitos por ser prácticamente desconocidos nosotros. . por ejemplo, hablamos de nuestros defectos más espantosos, de nuestros miedos (no te rías pero le tengo miedo a las tormentas eléctricas y a los murciélagos – ja ja), de nuestras creencias, de nuestras fantasías (aunque ese terreno quedó inconcluso, porque fue el último tema que tratamos).
Y – El último... ¿cómo terminó ese paseo?
E – Ella, cuando se dio cuenta de por dónde andábamos, dijo que estaba cerca de la casa de una prima y que iría para allá. Entonces yo le confesé que había pasado una tarde preciosa (la mejor en años), que hacía mucho tiempo no tenía una charla tan extensa e interesante con alguien y que estaba sumamente halagado de que haya sido precisamente con ella. Creo que se puso colorada nuevamente y disimuló con una risotada, que yo le repercutí en coro. Entonces, de pronto, sacó de sus bolsito una agenda azul y una lapicera y anotó algo... yo la miraba desconcertado. Acto seguido, arrancó la hoja, la dobló y me la dio. Yo, en lugar de abrirla para ver qué contenía, la sostuve tieso como muerto, mientras la observaba. Ella me sacó de mi letargo cuando me tocó suavemente el hombro y me dijo “¿Puede ser que a ésta altura, sabiendo que llorás escuchando Schubert, y que te cuesta horrores perdonar, no sepa tu nombre?”. Me estampó la realidad en la nariz... era cierto, ninguno sabía el nombre del otro. “Benicio” solté de repente y ella me secundó “Zoé. No te lo vayas a olvidar”. “Jamás podría” le dije con ese tono de quien está completamente enamorado y ¡vaya que lo estaba! Peco de ingenuo si pienso que ella sentía lo mismo por mi, en ese momento, pero en sus ojos esmeralda se reflejaba una ternura irrebatible. Me saludó con un beso en la mejilla, cosa que ciertamente no me esperaba y, en ese estado de idiota cautivado, la vi alejarse caminando por las angostas veredas con esa increíble puesta de sol detrás.
Y – Conmovedor. Sólo me queda una pregunta... ¿Qué contenía el papel que te dio?
E – Vas a disculparme, pero tendré que dejarte con la incógnita.

martes, 17 de mayo de 2011

¡Viva la paradoja!




La alfombra de pavimento se estira longeva, arde, ondula, vira y brilla su lánguido color gris entre las extensas veredas de hierba y matorrales. Erguidas y resplandecientes se alzan en desfile las señales, 60, giro a la izquierda, prohibido adelantarse, y no obstante, un imponente corsa se abre hacia la izquierda pisando la doble línea amarilla, acelera porfiado recorriendo en paralelo los veinte metros del atiborrado y bamboleante camión para, de una vez por todas, pasarlo antes de que los móviles de la vía contraria lo hagan bosta en colisión, y corre a 140 hasta toparse con el próximo bloqueo. Un juego de niños.
Mis manos descansan tibias en el timón de la chata, mi vieja y fiel chata. Su descascarada piel azul entona con la mañana nublada del sur.
Ya son siete horas de rodar a los tumbos entre lomadas y baches de la ruta 3.
El paisaje un tanto monótono pero siempre hermoso, o es que a mi el verde del campo y el aire libre siempre me gustaron, desde pibe.
Kilómetros de tierras vírgenes y otras embarazadas de maíz o girasol. Un árbol. Otro. Media docena de vacas pastando. Una choza cercada. Carteles. Un auto varado en la banquina. Laguito. Altar a un gaucho muerto. Espejismos en el horizonte que se desvanecen en segundos.

Yo sigo manejando embelesado, casi idiotizado diría, por la frescura del viento matutino que me pega de frente.
Los insectos, como lluvia de meteoritos, vienen a estrellarse contra el parabrisas. Una mariposa, un zángano, un alguacil, pasaron de ser distinguidos ejemplares naturales a ser asquerosas y molestas manchas en el vidrio delantero de mi camioneta.
A lo lejos una singular bandada de gaviotas atraviesan el blanquecino cielo, difuminado con grisáceos nubarrones de lluvia.
El camino se perfila eterno, simple y monótono. Como mi vida. Es cierto que quizás no sea, ésta, tan simple ni tan eterna, pero sí bastante monótona, rutinaria, tragicómicamente invariable. Sin embargo cada viaje ofrece una aventura distinta, y no me refiero a la clase de aventura que alguien ostentaría, verbigracia, sobrevivir a un choque, interceptar una manada de ciervos que cruza a los trotes la carretera, volar con quinta a fondo sin terminar rodando por los pajonales, sino la clase de aventuras que sólo yo considero como tales y que desgarran (aunque sea un poco) mi triste y patética realidad.
Pero, bueno, en verdad soy feliz. ¡Viva la paradoja!

jueves, 7 de abril de 2011


Albores índigo, de un estío largo y somnoliento...arrullo lábil y paradójicamente efervescente, connotan aires nuevos, mañanas presentes y futuros pasados. Óleo prosaico y bizantino que adorna pesares y andares de un sinfín de pocos que son alguien... esperando el alba.

jueves, 17 de marzo de 2011

Oblíguenme

¡Oblíguenme, vamos! Oblíguenme a mirarlos a los ojos. ¿Qué tienen de nuevo para decir?¿Qué hay de interesante en sus palabras?¿Qué mágica o fraudulenta historia asomará entre sus dientes?¿Qué radiante o banal motivo escupirán a mis oídos?
¡Pero no! ¿Pero qué es esto? Ya vuelvo a desviar la mirada. ¡Me aburren! Que insípido discurso, que charlatanería absurda. Que ustedes, que yo, que el día, que el mundo, que el gobierno, que la moda, que la comida, que la farándula... ¡Tedio! ¿Qué dice ahora? Por supuesto que soy mordaz ¿y con eso qué?¿Acaso ofendo a alguien?¿Acaso burlo alguna estricta regla moral?¿Cómo? No, claro que no. Antes solía ser menos “desfachatado”, como usted dice, pero la vida me demostró que la sinceridad, aunque agria a veces, produce efectos maravillosos en la gente. Mire si no. Ja, ja. No se sulfure, en definitiva lo ha logrado. ¿Qué cosa? Captar mi atención, ¿no ve como mis ojos la persiguen con voracidad? No se confunda, persiguen esa sensación que le nace y, usted también me mira con voracidad, pero de otra forma. ¡Me quiere comer vivo! Ja, ja. ¡Patrañas! Estoy en todos mis cabales, nunca estuve mas sobrio y más cuerdo que en este momento. No juzgue tanto y tan pronto... además ya empieza a aburrirme usted también. ¿Y todos ustedes qué?¿Se han quedado mudos de golpe? Me sorprende, mentes brillantes, académicos, oradores ilustres... y también las sabandijas que tienen la lengua floja para criticar... ¡Cobardes! A ver, señores, oblíguenme a mirarlos. ¿Qué? Sí, usted, el mojigato cara de chihuahua. Ja, ja. Bueno, sí sí, lo confieso, he sido cruel y drásticamente peyorativo. Pero dígame ¡hable fuerte hombre! que no oigo su ladrido. Ja, ja. Lo sé, lo sé, me disculpo esta vez. ¿Pero qué digo?¿Disculparme por mostrarles mi verdad? Es ilógico. Resulta que no les gusta como es la realidad pero castigan al que se las describe, como si éste fuera el culpable (sólo por decir qué es lo que ve) de lo ruin y patética que es ésta la realidad. ¡Hay Dios! Que argumentos falaces. No me vengan... ¿Cómo?¿Falta de respeto? Pero si ustedes son los que no respetan mi forma de expresarme, no respetan mi honestidad. ¿O acaso creen que yo los atacaría con sangrienta violencia (como la que emana de sus facciones de odio) si ustedes me dijeran con límpida crudeza que tengo barba de reo, ojos de aceituna, sonrisa demoníaca y carácter de psicótico? Por el contrario, lo admito y los aplaudo por su valor. Además, hace unos minutos, fueron precisamente ustedes los que apelaron a la sinceridad para decirme que era mordaz, desfachatado, ebrio y loco, entre otras sutiles etiquetas. ¡Vaya que sutiles! Si en verdad son un rebaño de hipócritas dirigidos por la cobardía ¡Sí! esa prisión latente que no les permite decir al mundo las cosas como son, impulsados por el mito de la diplomacia que enmascara, tiñe y troca la realidad. Me miran como si fuera un hereje y mis palabras blasfemia de sus ideales y convicciones ilusas. ¡Pobres diablos! Además, nadie los obliga a escucharme y, sin embargo, están como pegados al suelo, no se retirar ni piensan retirarse. Pero ¿Qué ganan con eso?¿Acaso son todos masoquistas, mártires del conservadurismo?¿Acaso disfrutan de que los agravie con mi extremista y avasallante forma de ser? Pero qué preguntas obvias ¡Qué obviedad! No sólo me aburren, ¡Me dan sueño y asco! Ya quisiera tener un digno oponente discursivo, alguien que logre tentarme con su avinagrada charla, alguien que me impregne ansiedad, alguien que me obligue a mirarlo a los ojos. ¿Pero qué oigo? Rumores, murmullo, cotilleo infernal. Una orquesta de chismosos inquietos e inquietantes. ¡Usted, señor de los bigotes prominentes! Tiene pinta de intelectual ¿Es doctor?¿Y desempleado?¿Qué pasó? Ahá... ¿y usted no les dijo a esas señoras en sus plásticas y feas caras que el botox podría tener efectos secundarios? Ja, ja. ¡No me diga! Técnicamente improbable, estadísticamente inusual, resultados inciertos, política de la clínica... Mm... todos pseudónimos de la cobardía ¡Eufemismos! Doctorcito... doctor gallina, le faltan agallas ¡Gónadas le faltan! Pf, vergüenza ajena me da... y yo que lo calificaba de intelectualoide. No es falsa la premisa de que las apariencias engañan. ¿Que me calle? Usted me da gracia señora, me va a dejar ciego con ese pintalabios tan chillón. Ja, ja. Y por cierto, qué ridículas se ven las mujeres con ese traje de dama coqueta. Con tanta pintura parecen un cuadro de Kandinsky. Por qué mejor no se andan al natural, así como Dios las hizo y el tiempo las modeló, auténticamente bellas o simplemente repugnantes. Ja, ja. ¡Que farsa! Ahí lo tienen, la belleza es también un arte del engaño... todo es engañoso, todo es tan ficticio ahora: dientes de porcelana, lentes de contacto, uñas esculpidas, extensiones para el cabello, tetas de plástico, cremas anti-age, “hombres” afeminados. ¡Que sarta de porquerías!¡Que polución mental! Ya nadie ríe, tampoco balbucean insultos o críticas. Los dejé sin habla, pero por otro lado, no tendrían nada que decir si no lo tuvieron hasta ahora. Todos y cada uno, lánguidos al punto de lo humillante. ¡Nadie ha podido! ¡Nadie ha sabido cómo! Nadie ha logrado obligarme a mirarlo a los ojos.

jueves, 3 de febrero de 2011

Nέ₥єsıs

Ingrid, alma madre
entrégate a las olas
no ocultes en el velo las lágrimas
que tenues migran a tu boca
si las armas y el atropello
te arrebataron la herencia
y eres presa del cólera y la impotencia
subyace en tu espíritu
la oscuridad de némesis


Ingrid, piel de ébano
entrégate a las llamas
no escondas en tu abaya el dolor
que es estigma de tus raíces
si la guerra y la barbarie
depredaron tu linaje
y tu martirio huele a cenizas
subyace en tu espíritu
la oscuridad del talión.

martes, 1 de febrero de 2011

Strudel de Rock & Roll


En este recuerdo participa la neurósis
por un público iluminado de flashes y parpadeos múltiples
Aplausos, algarabía, hurras, "rock and roll"
El escenario parece una burbuja altísima
tan lejos de la bruma excitada y palpitante
"no se van..", "una más", "ohhhh!!"
por momentos saltándo de a bloques, con grito generalizado
movimiento de manos y cabellos en remolino
estribillo, explosión eufórica de la masa arrebatada
todos repiten cual eco reberverante esas simples palabras
"corriendo las calles rotas..."
me paseo por el escenario, esquivando cables y bafles
observando la multitud enajenada y el cielo pixelado
doy tumbos alegres y llego al borde
"extenso el desierto y secos los lagos"
giro de imprevisto con el suelo vibrando bajo mis pies
doble pedal versus mi corazón que acelera ingobernable
los fanáticos vomitando entusiasmo y melodías
me dejo caer a decenas de manos sudadas y temblorosas
transíto en un mar de entidades volcánicas (me aturden)
mi cuerpo laxo, se bambolea sostenido por columnas óseas
imagino estar en aguas cálidas bañado por los rayos del sol
simplemente flotando a la deriva
regreso como inconsciente a mis pies, al micrófono
sólo de guitarra
re sol si bemol ...
un relámpago enciende la noche, y anuncia lo inminente
filas de sujetos enrojecidos, sedientos y agitados
gimen, jadean la letra como en su último estertor
me tiro el pelo empapado hacia atrás y respiro hondo
"corriendo las calles rotas..."
minutos sublimes que pregonan el final del espectáculo
mi voz flaquea, "...secos los lagos" y seca mi garganta
me agacho de súbito y tomo un trago de agua
lo pienso y el resto me lo echo encima
y mientras me sacudo como un perro, la masa efervescente aúlla "ehhhhhh!"
me abrazo al bajista y sonrío como por encargo
fotos
se mezclan las luces de los reflectores con las de los celulares
y se enreda el cielo con el gentío
los sonidos se distorsionan
como una orquesta mal ensamblada
silencio
me desvanezco entre el tumulto
la lluvia me azota con sus gélidas y pesadas gotas
mi cuerpo se estremece bruscamente
el viento me acerca un olor inconfundible
quizás sólo es un rastro de sinestecia
y lo que en realidad estoy sintiendo es el frío de la neurósis
conmoción. paramédicos
audiencia atónita
"abran paso" "aire! aire!"
me remolcan a un improvisado colchón de trapos
máscarilla de oxígeno, inyección, lucidez
incertidumbre
la gente se mira, murmura, refunfuña
el reloj se precipita asediando los ánimos confusos
la magia del rock me envenena la sangre
"me siento bien"..."mañana no se cancela"