jueves, 21 de julio de 2011

Verte de Verde

Y - ¿Cómo la conociste?
E – En mi puesto de libros. Ella vino un día y preguntó “¿tenés Elogio de la locura de Rotterdam?” Yo la miré unos instantes y para no quedar como un idiota le dije “ahora me fijo”. Después de revolver todo el puesto, lo encontré debajo de una pila enorme de empolvados libros y se lo alcancé diciendo “tomá, ¿es ese no?”, “si, perfecto” me respondió y estiró un billete sin siquiera preguntar el precio. Yo tratando de recordar cuánto costaba y sacando rápidamente la cuenta del vuelto que debía darle, mientras ella hojeaba el libro. “Tu vuelto” le dije, desprendiendo su atención de las páginas. Ella lo tomó sonriente y me reveló “la mejor adquisición en semanas” a lo que pude soltar un mero “¿ah si?”, “sí, tenía ese objetivo pendiente, tanto por mi amor por la lectura como por la recomendación que me hicieron” comentó ella. Atontado balbuceé “que bueno haber sido intermediario para la concreción de ese objetivo” y logré que ella soltara una risita. Me dijo “gracias” y se fue despacito con el libro entre las manos. Yo quedé como abstraído de la realidad y con una sonrisa congelada.
Y - ¿Vos creés que eso que te pasó, lo que sentiste en ese momento, es lo que comúnmente llaman amor a primera vista? ¿O te parece que eso es puro cuento?
E – Mmm... por lo general soy escéptico con respecto a las creencias populares, sobre todo en referencia al amor, que ya de por sí me cuesta definirlo. No sé si eso del amor a primera vista es un mito o si es posible, pero sé que algo sucedió adentro mío en el momento en que la vi. Llámese admiración, sorpresa, encantamiento, atracción... quizás llamarlo amor es demasiado, porque lo que ronda en mi mente como concepto de amor, engloba demasiadas cosas que me resulta imposible sostener que sucedan en un segundo.
Y - ¿Y cómo fue que la volviste a cruzar en tu camino?
E – Un viernes en Starbucks, yo tenía que hacer tiempo para entrar a cursar una materia de la facultad y cuando me senté con mi café la vi al otro extremo del local, tan emancipada del mundo. Estaba sola también, leyendo otro libro que enseguida reconocí por su portada “Memorias del Subsuelo”.
Y - De Dostoievsky
E – El mismo. Tragué saliva y percibí que mi corazón se había acelerado, tanto por el hecho de volverla a ver, como por la oportunidad que me brindaba el encontrarla precisamente con ese libro que es uno de mis favoritos. Sentí el impulso de pararme y dirigirme a su encuentro inmediatamente, pero algo puso freno a mi acelerado deseo. Probablemente el verla tan tranquila e inmersa en la lectura y el considerar que mi presencia sería una indeseable interrupción. Entonces me quedé por una rato largo, no sé decir cuánto, observándola mientras sus ojos bailaban en línea horizontal por los dramáticos párrafos del libro. Me sentía como el que contempla absorto una obra de arte, una pintura por ejemplo, reparando en cada detalle, en cada pincelada. Del mismo modo yo advertía cada movimiento, cada gesto... el parpadeo paulatino, una leve tos, su pecho inflándose con la respiración, la transición de cada hoja, el acto repentino de rascarse la mejilla o la nariz... Estaba embelesado por su delicada persona. No reparé en mirar mi reloj en ningún momento y mucho menos puse atención en los apuntes para la clase.
Y - Entonces, ¿no hubo contacto ese día? ¿No te acercaste a hablarle?
E - Cuando pensé que todo concluiría con verla partir o con mi propia partida, ella levantó la vista súbitamente para tomar un trago de agua y entonces... me vió. Yo, como es natural de un cobarde, aparté mis ojos temiendo que ella se supiera observada. Pero no me resistí a la tentación de saber cómo reaccionaría ella al verme ahí. Cuando la volví a mirar, todavía tenía sus ojos puestos en mí y me hizo un ademán de saludo. Yo quedé pasmado, pero reviviendo el impulso primitivo de acercarme, tomé mis cosas y fui hasta ella, sorteando mesas y sillas. Pensé que se sentiría incómoda por mi acalorada decisión, pero traía fulgurante en su rostro una bella y gentil sonrisa. “¡Hola! Que grata sorpresa o casualidad” me dijo rompiendo el hielo, y yo repercutí el saludo agregando “La verdad que si. De todas las cafeterías de esta zona, nos vinimos a encontrar acá” (y me sentí un tarado). Ella dejó el libro en la mesa y yo aproveché para salvar mi comentario: “« ¿Acaso el hombre, en el curso de sus miles de años de vida en la Tierra, ha obrado siempre al dictado de su interés? (...) No están obligados a ello, pero parecen querer evitar la ruta que se les indica y trazarse libremente, caprichosamente, otra llena de dificultades, absurda, oscura, apenas visible. Ello prueba que esa libertad les seduce más que sus propios intereses... »” cité rememorando un fragmento del libro, a lo que ella añadió, con llamativo interés “« Mi voluntad; mi libre albedrío (...) éste es el precioso interés que no tiene espacio en ninguna de esas clasificaciones que componen ustedes y que rompe en mil pedazos todos los sistemas, todas las teorías. »”. Continuando con la cita, increíblemente textual, que ambos ofrecimos rematé: “« El hombre sólo aspira a tener una voluntad independiente, cualesquiera que sean el precio y los resultados. Pero el diablo sabe lo que cuesta esa
voluntad... »”.
Y - ¡Qué memoria la de ustedes los jóvenes!
E – Bueno yo ese libro lo leí, por lo menos tres veces y ciertos pasajes los releí muchas más por que resultaron confusamente interesantes. Y ella... creo que acababa de leer esas páginas. Aunque a mi también me dejó maravillado, tanto que hubo un silencio profundo de algunos largos segundos. Hasta que ella me dijo que le resultaba exquisito ese libro, o lo que había podido leer hasta el momento y me preguntó si yo también había ido para leer. A lo que contesté con extrema simpleza que en realidad estaba esperando para entrar a una clase. Justo en ese momento, puse los pies en la tierra y atiné a mirar la hora. Ya eran quince minutos tarde, así que le dije “Me tengo que ir” y ella endulzó el aire con sus palabras: “Gracias noble caballero por rendir homenaje a tan ilustre autor y por demostrarme que hay otras mentes por ahí, que comparten las mismas reliquias que uno”. Se río fuerte y agregó “No me hagas mucho caso, me pongo ñoña en circunstancias imprevistas”. Yo sólo pude devolverle la risa y la intención con una tímida respuesta: “Gracias a usted, noble dama, por regalarme el placer de divagar y reír en su presencia”. Reímos juntos y nos despedimos dándonos la mano.
Y – Impresionante diálogo... Y ahora me dejás con la curiosa pregunta de qué sucedió después (No me refiero a inmediatamente después, sino en el futuro cercano) ¿Continuaron los encuentros casuales?
E – En efecto. Se sucedieron una serie de encuentros repentinos, en el parque, en la biblioteca, de nuevo en mi puesto... aunque ese ya lo considero más deliberado...
Y – ¿Por qué?
E – Bueno, porque ella ya sabía que me iba a encontrar ahí y pienso que quiso ir especialmente para verme.
Y – ¿Ese fue el día clave?
E – Sí. Yo estaba ordenando los libros mientras sonaba un tema del flaco Spinetta. Concentrado en los títulos, en los autores, escuché una voz familiar... “Buenas tardes”. Me di vuelta de golpe y ahí estaba ella, infinitamente hermosa, con su flamante sonrisa a flor de piel. “Buenas tardes” le respondí y como una explosión del alma dije: “Que lindo verte de verde, combina con tus ojos”. Ella se sonrojó... en criollo, se puso colorada y dijo “Gracias”. Yo sé que piropeando soy un tronco así que yo también me puse colorado, ja ja, y como creí que ella lo notó enseguida dije “¿Venís buscando algún libro en particular?” a lo que ella respondió indagante “¿Algo de Tolstoi?" Revisé mi lista mental y tras fracasar, me puse a buscar directamente entre los libros. “La guerra y la paz, si andás con ganas de una buena novela” le aconsejé mientras le mostraba el libro. Ella lo agarró y mientras miraba la reseña me preguntó “¿Ya leíste algo de este autor?” y yo casi inmediatamente dije “No, pero sé que es una novela recomendada y el autor muy reconocido”. Ella asintió con la cabeza y después de manipular el libro un rato sacó del bolsillo de su jean un billete, pero antes de que pudiera dármelo le propuse “¿Qué tal si te cobro con un paseo?” y ella entrecerrando los ojos como quien desconfía me dijo “¿Me ofrecés una especie de trueque?” y yo con una tonta mueca de niño travieso le dije “Algo así” y luego agregué “Enseguida cierro ¿caminamos?”.
Y – Me dejás con la impresión de que algo importante iba a suceder. Ahora es cuando me lo confirmás (ja ja)...
E - Bueno, no es imprescindible contar los detalles, basta con mencionar lo atípico de esa tarde. Desde que, por empezar, ella aceptara mi invitación tan audaz, hasta el hecho de que hayamos pasado más de tres horas deambulando por la plaza y las calles internas del barrio. El tiempo, evidentemente, no era un factor relevante para ambos. Antes de que preguntes... hablamos, como era de esperar, acerca de lo que nos gustaba leer, de música, de nuestras carreras, pero también surgieron temas insólitos... insólitos por ser prácticamente desconocidos nosotros. . por ejemplo, hablamos de nuestros defectos más espantosos, de nuestros miedos (no te rías pero le tengo miedo a las tormentas eléctricas y a los murciélagos – ja ja), de nuestras creencias, de nuestras fantasías (aunque ese terreno quedó inconcluso, porque fue el último tema que tratamos).
Y – El último... ¿cómo terminó ese paseo?
E – Ella, cuando se dio cuenta de por dónde andábamos, dijo que estaba cerca de la casa de una prima y que iría para allá. Entonces yo le confesé que había pasado una tarde preciosa (la mejor en años), que hacía mucho tiempo no tenía una charla tan extensa e interesante con alguien y que estaba sumamente halagado de que haya sido precisamente con ella. Creo que se puso colorada nuevamente y disimuló con una risotada, que yo le repercutí en coro. Entonces, de pronto, sacó de sus bolsito una agenda azul y una lapicera y anotó algo... yo la miraba desconcertado. Acto seguido, arrancó la hoja, la dobló y me la dio. Yo, en lugar de abrirla para ver qué contenía, la sostuve tieso como muerto, mientras la observaba. Ella me sacó de mi letargo cuando me tocó suavemente el hombro y me dijo “¿Puede ser que a ésta altura, sabiendo que llorás escuchando Schubert, y que te cuesta horrores perdonar, no sepa tu nombre?”. Me estampó la realidad en la nariz... era cierto, ninguno sabía el nombre del otro. “Benicio” solté de repente y ella me secundó “Zoé. No te lo vayas a olvidar”. “Jamás podría” le dije con ese tono de quien está completamente enamorado y ¡vaya que lo estaba! Peco de ingenuo si pienso que ella sentía lo mismo por mi, en ese momento, pero en sus ojos esmeralda se reflejaba una ternura irrebatible. Me saludó con un beso en la mejilla, cosa que ciertamente no me esperaba y, en ese estado de idiota cautivado, la vi alejarse caminando por las angostas veredas con esa increíble puesta de sol detrás.
Y – Conmovedor. Sólo me queda una pregunta... ¿Qué contenía el papel que te dio?
E – Vas a disculparme, pero tendré que dejarte con la incógnita.