lunes, 3 de octubre de 2011

[ Amanda ]




Amanda tiene nueve años, un cobayo y una familia desastrosa. Tiene zapatos viejos y un diario íntimo. Su pelo está enredado, hace tiempo que no lo lava. Hace tiempo también que no come. La última vez fue hace dos días y fue sólo un pan. Es niña, hermana, hija y madre. No, nunca dio a luz, pero cuida a sus hermanas menores. Son cuatro. Todas nenas. Todas con el mismo pelo desgreñado y las caras vacías. Huérfanas. De padres y sueños ausentes. De manos sucias y laceradas por la faena. No trabajan porque no se considera trabajo al hacer mandados y barrer veredas por encargo. Sobrevivientes. Cuerpos nómades y solitarios pero de espíritu aguerrido. Cuentan las monedas, sacro tesoro, que desenfundan de sus bolsillos, monedas que saciarán su hambre hoy... y quizás mañana. Entre mocos y estornudos pasan los días. Amanda es un envase de emociones; sufre, llora, ríe a carcajadas, calla amargamente, grita de ira, solloza en secreto, patea el piso, sonríe macabramente o se jala el cabello para descargar su dolor. Se le cayeron algunos dientes y le están creciendo los pechos prematuramente. Sueña con vestirse a la moda y tener un celular, pero sueña nomás. En realidad desea estudiar y “ser alguien”, un alguien reconocido, quizás como un doctor o un escritor, pero no al estilo de los personajes bizarros de la televisión o los políticos que tantas habladurías generan. Pero sin dudas, lo que más anhela es tener un techo sin goteras del tamaño de un puño y un colchón que no le haga doler sus débiles huesos. Es inteligente dentro de su ignorancia, o quizás lo mejor sea decir que es suspicaz; de otra forma no hubiera subsistido en su entorno crítico. Tiene piojos y penas. Ambos la estigman en sobremanera. Le gusta espantar palomas en las plazas y pisar las hojas secas que riega el otoño en las veredas. Le teme a la obscuridad profunda, a los mitos populares, como el cuco y el hombre de la bolsa y sobre todo le teme al destino, ese que no conoce, ese que le espera y no se imagina. Todos los días le pide a Dios un día más, no cree poder hacerlo sola. A veces tose sangre y otras tantas le cuesta respirar, pero ella vive, vive al máximo que su cuerpecito le permite. Siempre camina, camina mientras piensa, y mientras piensa canta. No tiene una voz prodigiosa, pero es fantástico oír su vocecita haciendo eco entre las desiertas calles.

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